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Los papeles del queso y otras indelicadezas…

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Por: Freddy Machado

La venta de queso no es fácil. Los clientes siempre exigen que se les permita degustar el producto. No sucede lo mismo con la yuca pues la incertidumbre en cuanto al buen y exquisito sabor del tubérculo, es una constante. Llevar a la mesa una yuca excelsa es producto del azar y de los dioses del campo. Es más: si el vendedor de yuca, previo a su consumo, considerara la posibilidad de entregar muestras o “pruebas” de su mercancía, seguramente el ejercicio del comercio sería más amable y mucho más cercano al prójimo. Desde luego que esto no va suceder nunca pues esa práctica implica un gran “despeluque” del mercado y esa posibilidad está en contra vía de sus antiguas leyes y de ese margen de especulación que caracteriza al comercio y en donde se pone en juego las habilidades y las destrezas mentales del vendedor.

Lo del queso es distinto. Unas veces el consumidor solicita que el queso resulte bajo de sal y en otras, se prefiere muy blandito o muy duro. Es cuestión de gustos y de placeres.

Pues bien, vengo a relatar el aprendizaje que obtuve en el marco de una transacción en el mercado central de Valledupar. La experiencia de ese día, es una mezcla de honestidad del comerciante y de cierta lógica en los negocios.

Ocurrió justo cuando me disponía a comprar un queso blando y bajo de sal. Se sabe que el queso de Valledupar es un verdadero manjar y goza de mucho prestigio en la región. En el lugar, y en el momento, un joven asistente apoyaba al vendedor con la misión de seleccionar y pesar el queso.

Todo fue muy rápido y no advertí el entuerto. El kilo de queso solicitado estaba integrada por un pedazo serio -y de carácter- y de otros trozos más pequeños, porciones que vinieron a ajustar la medida exacta del pedido. El dueño de la colmena, sin vacilar, y frente a todos los presentes, regañó enérgicamente a su ayudante, dejándolo en evidencia por haber introducido pequeñas porciones de un queso duro y salado.

El viejo vendedor con sabiduría expuso:

– Te equivocaste en ese procedimiento pues con frecuencia los clientes consumen precisamente el queso suelto y al constatar que se trata de un queso distinto y de inferior calidad, nos devuelven el producto y nos estigmatizan con el calificativo de estafadores…

El vendedor siguió con su retahíla y su postura pedagógica, insistiendo al joven que una ligereza de esa naturaleza, resultaba contraproducente y constituía un equívoco.

El joven asistente se mostraba bastante aturdido. El vendedor, en cambio, disfrutaba del momento y excusaba a su pupilo por desconocer el complejo arte de vender queso.

Y en ese instante, sin saber porqué caminos, como un rayo veloz e inherente a los misterios de la memoria, vino a mi mente el recuerdo de otra imagen asociada con el queso y un mercado de las sabanas de Bolívar. Se trataba de un incidente cuyo contexto guardaba relación con una charla que impartí a unos alumnos de una escuela de secundaria en Magangué y que tenía por tema “la validez e importancia de estudiar derecho en estos tiempos”

-Dr. el queso tiene papeles? -Me interrogó a quemarropa un estudiante y prácticamente me dejó sin palabras.

La pregunta -no lo niego, me sorprendió- estaba fundamentada en las vivencias del progenitor del estudiante y especialmente, en su rutina como vendedor de queso. El hecho es que el hombre, en su día a día, camino al mercado, con frecuencia, era abordado por agentes de la policía que lo acosaban -una y otra vez- con el impertinente interrogante…

– Tiene UD. los papeles del queso?

Y, ante la omisión flagrante en mostrar la documentación de un producto de fabricación casera, el buen hombre debía entonces entregar un buen pedazo del lácteo.
Narraba el hijo que su padre durante muchos años contribuyó con su cuota de queso a los uniformados. En sus comentarios finales el estudiante hizo énfasis en que el queso que entregaba como salvoconducto era una porción de queso duro y salado, ese mismo con que se cocina el célebre, delicioso y exquisito “mote de queso”.

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