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Por: Rubén Darío Álvarez P.
Para un gran porcentaje de los cartageneros de las zonas populares, las fiestas novembrinas están sostenidas sobre cuatro grandes pilares básicos: echar agua, tirar buscapiés y espumas, armar retenes y disfrazarse de negritos para amenazar y “pedir” plata.
Sería fácil entonces inferir que esa misma masa de cartageneros de a pie tiene una débil idea de qué significa la fecha del 11 de Noviembre o qué es lo que se celebra en realidad y cómo debiera celebrarse. Y todo porque, cada año, la idea del vandalismo como fiesta va tomando más fuerza que cualquier intento de educación ciudadana en ese sentido.
Por eso sigo pensando que, ante ese panorama, a nuestras “fiestas” novembrinas les quedan dos caminos: la desaparición o la reingeniería.
Aparentemente, ningún cartagenero desea que desaparezcan, pero me pregunto si en verdad integran toda la ciudad. Porque si en unos sectores les temen, mientras en otros las exaltan, significa eso que su despliegue no está funcionando como en realidad debiera. Tal parece que la fecha se agendara por inercia, porque llegó noviembre, debe conmemorarse y ya.
Una oportuna reingeniería debería empezar por la creación de un organismo semi privado, serio y comprometido, que no tenga algo que ver con el IPCC; y que se encargue de trabajar todo el año, enfocándose hacia la integración de la familia en torno a una serie de actos culturales, que tendrían lugar en puntos centrales de las tres localidades.
Durante esos días, los monumentos históricos estarían abiertos para todos los ciudadanos, quienes serán público para jornadas académicas donde se hablará de la verdadera historia de Cartagena y no de la que escribieron las élites que todavía esquilman esta capital. El futuro de la ciudad también tendría su renglón.
Compañías teatrales, grupos de música folclórica, proyecciones audiovisuales y toda actividad cultural que pueda aglutinar la familia, serán agendadas en todos los sectores, sin que el transporte urbano se altere y sin que los únicos que salgan a presenciar la gran feria cultural sean jóvenes de espíritu vandálico.
Más claro: todo lo que funcionó en otras décadas, pero que ya no esté aportando algo de valía para las nuevas generaciones, debe eliminarse para abrirle paso a otras formas más constructivas, y menos costosas, de celebración. La pólvora, los gozones, los reinados, las carrozas, los parlantes, el agua, las espumas, los retenes, el Esmad correteando gente y las harinas deben arrinconarse en el cuarto de San Alejo con miras a que nunca más asomen sus caras.
A cambio de eso, los planteles educativos deberán presentar propuestas anuales de cuál será su aporte a cada fiesta, lo mismo que las empresas privadas, que deberán patrocinar encuentros académicos, lúdicos, artísticos y exposiciones musicales sin ningún ánimo de competencia. Así veo la cosa.